Carlos Sánchez analiza algunas mentiras y verdades de estos últimos cuatro años de política económica en España.
Artículo de El Confidencial:
Sostenía Bertrand Russell que la historia, y menos la pequeña historia que encierra una legislatura, no es todavía una ciencia, y que si se quiere presentar como si lo fuera, solo puede hacerse con falsificaciones y omisiones. Pero si lo que se pretende es meter a un país en algo tan vaporoso como el producto interior bruto dándole un barniz científico, el resultado puede ser incluso más confuso. Entre otras cosas porque no hay nada más caprichoso que una estadística. Al fin y al cabo, el análisis depende de cuál sea el punto de partida.
Y si el punto de partida es 2011, parece evidente una primera consideración. España es de los pocos países de la UE que todavía no han recuperado su nivel de riqueza expresado a través del producto interior bruto. Si el año en que llegóRajoy a La Moncloa el PIB de España se situó en 1,070 billones de euros, es muy probable que al finalizar este año la cifra sea muy parecida (en el segundo trimestre de este año fue de 1,059 billones) pese a que por medio se han producido varias rectificaciones estadísticas que mejoran la nota final (revisión a la baja de años anteriores e incorporación de actividades que antes no se contabilizan en el PIB).
Ahora bien, lo que ha cambiado es la tendencia. Y lo que es más importante, la economía ha saneado algunos de sus grandes desequilibrios, entre ellos el sector exterior, que es lo que llevó a la mayor recesión desde el Plan de Estabilización. En algún momento de la fase expansiva anterior, España llegó a necesitar 100.000 millones de euros para financiarse y hoy tiene capacidad para hacerlo. Y es que en 2011 el país estaba al borde del rescate y hoy tiene asegurado -salvo catástrofes exteriores o interiores- un crecimiento superior al 2-2,5% durante los próximos dos o tres años.
Algo parecido sucede en el caso del empleo. En 2011 (media anual), el número de ocupados de la economía española (fuente EPA) era de 18,421 millones, claramente por encima de los 17,790 que se han registrado durante los nueve primeros meses de este año (también media del periodo). La diferencia vuelve a ser la tendencia. Si cuando llegó Rajoy a La Moncloa -y en los dos años posteriores- se destruía empleo a chorros (salvo durante los célebres brotes verdes, que pronto se marchitaron), ahora la economía genera medio millón de puestos de trabajo. Desde luego, insuficientes para situar el paro por debajo del 20% de la población activa. De hecho, la reducción del desempleo tiene que ver con la caída de la población activa más que por un aumento de la ocupación.
Despidos y ajuste
Los escasos avances en términos de empleo a lo largo de la legislatura tienen que ver, fundamentalmente, con las políticas de ajuste emprendidas por este Gobierno. Y que tuvieron su máxima expresión con la reforma laboral, que facilitó los despidos (más baratos y con menos control judicial) en miles de empresas que estaban con el agua al cuello. La consecuencia, como no podía ser de otra manera, fue un fuerte aumento del desempleo durante los dos primeros años de la legislatura, pero una intensa generación de puestos de trabajo durante los dos años siguientes. Al final, el resultado ha sido muy equilibrado.
Los economistas -y el propio Rajoy lo ha sugerido este lunes en La Moncloa- lo llaman un mal necesario, ya que el ajuste entre oferta y demanda tiene la virtud de sanear el balance de las empresas, la auténtica clave de bóveda de un sistema económico. En particular en el sector privado, aunque también en el público. El corolario ha sido el deseado, pero sin excesos. España, pese a los recortes, continúa siendo el país de la UE con mayor déficit público, mientras que el ajuste laboral en las administraciones se ha limitado a unos 400.000 empleos, parte de los cuales se están recuperando en los últimos trimestres.
El año pasado, el conjunto del sector público gastó 61.319 millones de euros más de lo que ingresó. Una cifra colosal, pero, en todo caso, por debajo de los 101.265 millones del año 2011. Y hay que tener en cuenta que en esa partida se encuentran muchas facturas de años anteriores que estaban sin pagar.
Una ingente deuda
Déficits tan ingentes a los largo de la legislatura que se muere han producido, lógicamente, efectos letales sobre las cuentas públicas. Hasta el punto de que el endeudamiento ha crecido entre 2011 (media anual) y el segundo trimestre de 2015 en 310.466 millones de euros. Como se observa, una cifra espectacular que explica que la deuda represente ya muy cerca del 100% del PIB. Es decir, la recuperación, paradójicamente, se explica en buena medida por el mantenimiento de altos niveles de déficit -y por extensión, del volumen dedeuda en circulación- que han hecho posible la cohesión social (pese al desplome de la tasa de cobertura de desempleo) y permitido que España haya navegado durante siete años de recesión por las procelosas aguas de las crisis sin grandes tensiones sociales.
Esto ha sido posible por algo mucho más cualitativo que cuantitativo, y que no se computa en el PIB: la estrategia del BCE, que de no implicarse directamente en la crisis del euro, desde el verano de 2012 ha tenido un comportamiento totalmente distinto. Es el BCE -junto a las políticas de rigorpresupuestario (bien vistas por los mercados)- quien ha provocado el desplome de la prima de riesgo junto a la financiación por parte de la UE del rescate bancario. La mejor banca del mundo tenía la mitad del negocio en quiebra.
Cuando Draghi y Merkel comprobaron que España -a través de su Gobierno- se comprometía al rigor (más que a la austeridad), aflojaron la presión sobre el país, y eso explica un ahorro de casi 20.000 millones de euros en gastos financieros. O dicho de otra manera, el crecimiento extraordinario del endeudamiento no ha significado un aumento del servicio de la deuda gracias a la política de tipos de interés cero.
Lo que no está tan claro es que haya cambiado el patrón de crecimiento. El recorte de los salarios y los despidos pretendían tener los mismos efectos que las históricas devaluaciones de la peseta que España llevó adelante desde 1959 para recuperar la competitividad perdida. Y en verdad que se consiguió. El peso de las exportaciones de bienes y servicios ha aumentado hasta casi la tercera parte del PIB, pero lo cierto es que el sector exterior (por el aumento de las importaciones) ha vuelto a detraer crecimiento económico. Es decir, que lo que no ha cambiado es el patrón de crecimiento (dependiente de forma exclusiva de la demanda nacional y en particular del consumo privado). Los viejos problemas siguen ahí. No todo lo mide el PIB.
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