domingo, 11 de octubre de 2015

Estado enemigo

Carlos Rodríguez Braun se hace eco de la obra (muy recomendable) cumbre de Albert Jay Nock, "Nuestro enemigo, el Estado" y sus aciertos en dos terrenos importantes, que resume a continuación.

Artículo de su blog personal:

El clásico de Albert Jay Nock, Nuestro enemigo, el Estado, con prólogo de Jorge Valín, ha sido publicado en Unión Editorial. Pedagogo y periodista norteamericano, nacido en 1870 y muerto en 1945, dice Valín sobre él: “Nock fue uno de los mayores liberales, más concretamente anarquista individualista, que nos ha dejado la historia americana”.

Un enérgico partidario del pacifismo, en tiempos en los que no estaba nada de moda, se lanzó a criticar nada menos que al endiosado New Deal de Roosevelt. Su argumentación tiene interés porque acertó en dos terrenos importantes. En primer lugar, subrayó que el mayor gasto público no contribuiría a sacar a Estados Unidos de la depresión, como así sucedió, aunque son legión los que aún niegan la evidencia.

Me ha sucedido en el mundo académico encontrarme con supuestos profesores que directamente se negaban a revisar los datos: para ellos era incuestionable que Roosevelt, al aumentar el gasto público, había salvado a los americanos de la depresión económica. Se comprende que en su mediocre dogmatismo (perdón por la redundancia: no hay dogmatismo excelente…) rehusaran ver las estadísticas, que arrojan dudas sobre lo benéfico que resultó el New Deal para el pueblo americano.
Sí benefició a Roosevelt, convertido desde entonces en un santo laico del antiliberalismo. Por cierto, fue un demagogo que sobresalió en su seducción a los intelectuales y artistas, y en su manejo propagandístico de los medios de comunicación más influyentes –en esa época, la radio; algo parecido hizo Hitler; recordemos que el fascismo fue muy admirado entonces en Occidente: pueden verse  los libros de Jonah Goldberg (Liberal fascism. The secret history of the American left from Mussolini to the politics of meaning) y Wolfgang Schivelbusch, (Three New Deals).

Otra vieja trampa del intervencionismo es atribuir a la guerra efectos económicos positivos, lo que también representa una falsedad: la guerra es destructiva en todos los sentidos, incluido el económico. La Segunda Guerra Mundial sólo “resolvió” el paro en EE UU mediante el expediente brutal de forzar a millones de trabajadores a ir al frente de batalla. En términos de actividad la guerra no fue buena para la economía, que sólo ganó  un considerable dinamismo cuando terminó.

Además, Albert Jay Nock captó la dinámica progresiva del intervencionismo estatal: “Cada intervención del Estado habilita otra, y esta a su vez otra, y así indefinidamente”. Esta noción liberal, que ya está presente en La riqueza de las naciones de Adam Smith, se ha visto una y otra vez ratificada en los hechos.

Con prosa ágil, se comprende que los libertarios disfruten con sus mandobles. Aquí van tres, sin ir más lejos: “Cada intervención del Estado es una constitución de bandolerismo, una licencia para apropiarse de los productos o de la mano de obra de otros sin compensación”. “El Estado no tiene dinero propio, y tampoco tiene poder propio. Tiene el que la sociedad le entrega, más el que confisca”. “La vieja incomprensión de la naturaleza del Estado presume que es una institución social, cuando es antisocial”.

(Artículo publicado en La Razón.)

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