martes, 13 de octubre de 2015

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Tecno-capitalista

Santiago Navajas sobre la reiterada confrontación y satanización de la izquierda contra todo avance disruptivo, no importa su ámbito, mostrando 4 recientes ejemplos. 

Artículo de Voz Pópuli: 
Transgénicos, Uber, fracking, Bitcoin: los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Tecno-Capitalista. Podemos discutir si están destruyendo o construyendo el mundo pero de lo que no hay duda es que estas son las tecnologías que lo están transformando. Cuando el PC (Personal Computer) aniquiló al PC (Partido Comunista) la izquierda creyó ver confirmada su sospecha de que el capitalismo y la tecnología habían firmado un pacto fáustico por el que la supervivencia del primero se vinculaba al desarrollo sin límites de la segunda. Es lo que Karl Polanyi denominó “molino satánico”: la acción presuntamente desregulada del mercado en un marco globalizado se comportaría como un cáncer, que devoraría todo el planeta convertido en mercancía, sin importar que ello llevase en el medio o largo plazo al colapso total de toda civilización humana.
De nuevo gran parte de la izquierda plantea un frente anti-tecnológico que sataniza las tecnologías emergentes y disruptivas como “hijas del capital”. La punta del iceberg es la cruzada contra las vacunas y la medicina “tradicional” que lleva a querer combatir, por ejemplo, el sarampión o el cáncer con homeopatía debido a una paranoia contra la industria farmacéutica. En la misma dirección, Greenpeace trata de infundir el miedo sobre los transgénicos aludiendo, con una vaga e imprecisa terminología, a presuntos “efectos sobre los ecosistemas” que provocarían indeterminados nuevos tóxicos y alergias. Estos lodos antitransgénicos se asocian a estados mentales ideológicos que elevan el nivel de las mareas anti-vacunación y las audiencias de Cuarto Milenio.
En el campo de la energía, la izquierda anti-tecnológica ha pasado de la moda “¿Nuclear power? No, thanks” al “Anti-Fracking, of course”. Mientras que en Estados Unidos la extracción de petróleo mediante esta tecnología está normalizada, aunque sometida al habitual debate regulatorio, en Europa y otras partes del mundo las críticas sobrepasan el límite de la razonable precaución para caer en el alarmismo, por una parte, y en el interés de las organizaciones que han hecho del anticapitalismo una provechosa manera de obtener beneficios. O el afán de lucro a través de la crítica al lucro. 
Uber y Bitcoin juegan en otra división tecnológica. La compañía de San Francisco hace lo mismo que los taxistas de Tánger. Si en la ciudad marroquí coges un taxi lo más seguro es que no hagas el viaje solo porque el taxista aprovechará el trayecto para ir recogiendo clientes cuyo destino esté, más o menos, en la misma dirección, cobrando según distancia y a ojo de buen cubero. Pura economía colaborativa en la práctica aunque luego el Nobel se lo llevará algún economista de Princeton como Alan Krueger. La creación de esta red de intercambio de servicios ocasiona una crisis en sectores adyacentes, sobre todo en aquellos fuertemente regulados como el de los taxis. La izquierda, para defender a los gremios amenazados por la dinámica capitalista del desarrollo tecnológico, se sitúa como una fuerza no sólo conservadora sino reaccionaria.
Bitcoin es una “criptodivisa”, es decir, una moneda digital envuelta en un cifrado y descentralizada a través de un consenso. En este caso, las entidades que podrían verse amenazadas por la tecnología han hecho suyo la recomendación maquiavélica de que si no puedes con tu enemigo, únete a él. Las grandes corporaciones financieras están asimilando la tecnología de transmisión de datos en la que se basa la divisa para realizar todo tipo de operaciones bancarias usando dicha transmisión encriptada de bloques de datos y su síntesis en el destino, todo ello sin tener que pasar por un nodo central, de manera que el volcado de la información se haga de la manera más rápida y segura posible. Bitcoin, tanto en cuanto divisa como tecnología de transmisión de datos, supone otro empujón en la dirección de una mayor globalización, lo que supone una liberalización de facto de los mercados financieros que no pueden ser sometidos a impuestos ni a regulaciones de forma tan fácil. El economista de referencia para la izquierda en los medios de comunicación en la actualidad, Paul Krugman, ha calificado al Bitcoin, como puede imaginar el avispado lector, de “malvado”, otorgándole así un inequívoco aroma demoníaco.
Adorno y Horkheimer en La dialéctica de la Ilustración llevaron a la izquierda por la senda antilustrada, antiliberal y antirracionalista que ha desembocado en esta fobia a la tecnología como reverso tenebroso de la Razón. Que el izquierdismo era económicamente inviable, moralmente dañino y políticamente peligroso ha sido evidenciado a medida que se revelaban las miserias utópicas tras el leninismo, el maoísmo y el cheguevarismo. Prefiriendo, además, el milenarismo religioso al racionalismo tecnológico muestra síntomas de su final decadencia intelectual: el prohibicionismo, esa enfermedad infantil del izquierdismo postmarxista y postpostmoderno, que lo mismo censura los toros, las películas del Oeste de John Ford o la soja transgénica.

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