Juan Rallo pone de manifiesto nuevamente, en este caso al respecto del aumento del salario mínimo, cómo nuestros políticos gobiernan a golpe de dogmatismo ideológico y no de evidencia contrastada.
Artículo de El Confidencial:
Sánchez e Iglesias firman el acuerdo sobre el proyecto de Ley de Presupuestos para 2019. (EFE)
La subida del salario mínimo hasta 1.050 euros mensuales (en 12 pagas) no solo será la más intensa desde su entrada en vigor con el franquismo sino que también lo ubicará en el nivel más elevado de toda su historia en términos reales. En 2020, además, está elevación se acentuará todavía más, hasta los 1.166 euros mensuales, dejando el SMI un 20% por encima de su anterior máximo histórico en términos reales (en 1978). En algunas autonomías, como Andalucía, Canarias, Extremadura o Murcia, el SMI de 2020 se ubicará por encima del 60% del salario medio (por encima de cualquier otro país de la OCDE).
Fuente: Florentino Felgueroso
La teoría económica proporciona resultados ambiguos con respecto a los efectos del SMI. Por un lado, en la medida en la que el SMI se ubique por encima de la productividad marginal de un trabajador, habrá una fuerte tendencia a despedir (o no contratar) a ese trabajador: en este caso, el SMI actúa como una barrera de entrada al empleo. Por otro lado, en presencia de mercados laborales monopsónicos o cuasi-monopsónicos (es decir, donde el número de empleadores sea muy reducido y donde, por consiguiente, su poder negociador a la hora de determinar los salarios de mercado sea muy alto), es verdad que aumentos moderados del SMI podrían contribuir a elevar los salarios e incluso la ocupación (si bien, incluso en mercados laborales monopsónicos, un SMI por encima de la productividad marginal del trabajador genera paro).
Entre esos dos resultados extremos (más paro-menos paro), podemos encontrarnos con toda una escala de posibles grises: reducción del número de horas trabajadas, sustitución de los trabajadores menos productivos por trabajadores más productivos (incluso máquinas), congelación salarial futura, incremento de la economía sumergida y de las horas no remuneradas o ralentización del ritmo de creación de empleo.
¿Cuáles serán los efectos de una subida del SMI tan intensa como esta en España? Por desgracia, no existe demasiada investigación nacional sobre este asunto, pero la mayoría de los pocos estudios disponibles apuntan en una misma dirección: los salarios mínimos afectan negativamente al empleo de los más jóvenes (en este sentido se prenuncian, por ejemplo, Dolado y Felgueroso 1997; Felgueroso, Dolado y Jimeno 1999; González, Jiménez y Pérez 2003; y Galán y Puente 2012), si bien también existe alguno que no encuentra efectos relevantes para el periodo de la burbuja 2000-2008 (véase Blázquez, Llorente y Moral 2011). Todos los otros posibles efectos del SMI —horas trabajadas, congelación salarial futura, economía sumergida, automatización o ralentización de la creación de empleo— no han sido prácticamente estudiados en España.
Por consiguiente, si bien no tenemos evidencia empírica fuertemente concluyente sobre todas las consecuencias de subir el salario mínimo en nuestro país, lo que sí debería quedar claro es que hacerlo acarrea riesgos sobre el empleo de los más desfavorecidos (sobre todo los jóvenes, adicionalmente afectados por la devastadora dualidad de nuestro mercado laboral) y que esos riesgos se incrementan cuanto más pronunciada sea la subida. En un caso extremo —por ejemplo, un SMI de 2.000 o 3.000 euros mensuales—, creo que todos entenderíamos sus destructivos efectos sobre la creación de empleo.
Justo por eso, uno esperaría que si nuestros gobernantes van a tomar una decisión tan drástica como es la de aprobar la mayor subida del SMI de toda su historia, hasta colocarlo en su nivel real más elevado, previamente hubiesen analizado cuáles van a ser los efectos económicos de semejante decisión. Es decir, que trataran de medir el impacto de las políticas que quieren desarrollar. Pero no se ha hecho nada similar. Tan es así que cuando solicité públicamente los análisis empleados por PSOE y Unidos Podemos para aprobar esta subida del SMI, el responsable de Economía de Unidos Podemos, Nacho Álvarez, se limitó a remitirme a un artículo del World Economic Forum donde se mostraba que, 12 meses después de las distintas subidas históricas del SMI en EEUU, el efecto sobre el empleo no había sido negativo en la mayoría de las ocasiones.
Nótese la inutilidad de este análisis para valorar si conviene o no subir un 23% el SMI español. Primero, la correlación se refiere a Estados Unidos, no a España: ¿acaso podemos trasponer, sin más, los efectos del caso estadounidense al español (como si los mercados laborales y las estructuras económicas de ambos países fueran idénticos)? Segundo, y todavía más relevante, que aumente el empleo agregado tras un incremento del SMI no significa que la influencia del SMI sobre el empleo haya sido positiva (dado que puede haber habido otros factores, como el crecimiento económico, que hayan contrarrestado los efectos negativos del SMI), especialmente dentro de aquellos colectivos más directamente afectados por el SMI: para llegar a esa conclusión, sería necesario efectuar análisis econométricos más sofisticados que nos permitieran aislar la influencia de la variable SMI sobre el empleo de distintos colectivos. El propio artículo del World Economic Forum reconoce que no pretende aportar “rigor académico” al no estar aislando —ni, por tanto, midiendo— los efectos del SMI sobre el empleo.
Pues bien: ese nada riguroso artículo es la única referencia que ha aportado hasta el momento el responsable de Economía del principal partido impulsor de la subida del SMI para avalar los efectos positivos de tal medida. Es decir, la nada: en medio de una clara desaceleración económica y con una tasa de paro todavía atada al 15% de la población activa (y una tasa de paro juvenil superior al 35%), nuestros políticos nos meten a todos de cabeza en terreno desconocido sin respetar la más mínima de las diligencias debidas, es decir, sin haber tratado de anticipar con un cierto rigor las consecuencias de lo que proponen. Como en tantos otros asuntos, nuestros políticos gobiernan a golpe de dogmatismo ideológico y no de evidencia contrastada.
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