Carlos Alberto Montaner analiza el fracaso de los acuerdos con las FARC en Colombia y el Premio Nobel de la Paz recibido por Santos.
Artículo de su blog personal:
Ganó batallas después de muerto, como se cuenta del Cid Campeador. Juan Manuel Santos obtuvo el Premio Nobel de la Paz a los cinco días de haber perdido el plebiscito en el que la mayoría de los colombianos rechazó los acuerdos suscritos con las FARC.
¿Qué sucedió? Probablemente, la decisión final haya sido tomada hace varias semanas por los miembros del Comité Noruego del Nobel. Se daba por seguro que Santos ganaría el plebiscito por un amplio margen y el Premio reforzaría su autoridad moral.
El lunes 3 de octubre, cuando supieron en Oslo que Santos había fracasado, era muy tarde para revocar la selección. Ya todo estaba dispuesto y encaminado. Al fin y al cabo, el testamento de Alfred Nobel ordenaba que se galardonara a quien “más o mejor” haya luchado por la paz. De acuerdo con el veredicto de los colombianos, Santos no lo había hecho bien, pero llevaba varios años de esfuerzos.
No obstante, la concesión del Nobel llega en un momento extraño. El presidente Santos no acaba de aceptar que los acuerdos de paz fueron anulados por la decisión soberana del pueblo colombiano. En el plebiscito se les preguntaba si aprobaban o rechazaban los pactos consignados en el documento de 297 páginas y, contra todo pronóstico, los rechazaron. Esos acuerdos no existen, salvo como experiencia para comenzar de cero una nueva negociación.
Santos pudo fragmentar los pactos en diversas categorías y establecer un referéndum para que el pueblo decidiera lo que le parecía bien o mal, pero, como audaz jugador de Póker que es, decidió jugárselo todo a la carta del plebiscito, convencido de que no podía perder.
Con el objeto de triunfar, comprometió todos los recursos del Estado, dispuso ingentes sumas de dinero para propaganda, alineó tras su proyecto a figuras como el papa Francisco, al canciller norteamericano John Kerry, el rey de España Juan Carlos I, y hasta organizó una curiosa ceremonia en Cartagena en la que todos vistieron de blanco, el color de la paz, incluido Timochenko, el jefe máximo de las FARC, dueño de una espeluznante y violenta biografía.
Los partidarios del NO, en cambio, apenas tuvieron recursos, pero se movieron febrilmente por medio de las redes sociales, convencidos de que, si se aprobaban los acuerdos firmados en Cartagena y en La Habana, no sobrevendría la paz, sino un esperpento totalitario como el venezolano o el cubano. Se estaban jugando el modelo de Estado. Las FARC iban a lograr por otros medios lo que no habían conseguido por las armas.
Los acuerdos de paz suspendían la separación de poderes, anulaban el código penal, terminaban con el principio democrático de que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley, y le otorgaban graciosamente a los narcoguerrilleros, además de subsidios cuantiosos, varios escaños en el parlamento, mientras los crímenes atroces cometidos por las FARC quedaban impunes bajo el manto benévolo de una justicia transitoria que tenía todos los síntomas de convertirse en injusticia permanente.
Por otra parte, las medidas se parecían sospechosamente a las tomadas por Hugo Chávez en Venezuela para desmontar el Estado de Derecho propio de las democracias liberales. Santos, incluso, sería dotado de una especie de “ley habilitante” que le serviría para guiar a la nueva Colombia por una senda parecida. No en balde, los asesores de las FARC, que acabaron siéndolo de todos, eran los mismos comunistas españoles que construyeron la jaula jurídica en Venezuela.
¿Por qué fracasó Santos con su plebiscito si lo tenía todo “atado y bien atado”? Al menos, por cinco razones: porque su popularidad es de apenas un 21%, la más baja de todos los presidentes democráticos; porque la situación económica del país es muy mala y los colombianos le pasaron la cuenta; porque el NO lo encabezaron Álvaro Uribe, el político más valorado del país, y el respetado expresidente Andrés Pastrana; por la inmensa tarea pedagógica de figuras como Fernando Londoño, Plinio Apuleyo Mendoza e Iván Duque; y porque los acuerdos, realmente, eran muy perjudiciales para el país.
Ojalá que Santos advierta que no puede ignorar la voluntad de sus compatriotas expresada en las urnas. Recibió el Nobel de la Paz, no un permiso para hacer lo que le dé la gana.
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